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"Escribir es la manera más profunda de leer la vida." Francisco Umbral

La Cárcel...Juicios y Perdón

  • Foto del escritor: César H Grbic
    César H Grbic
  • 28 may 2018
  • 5 Min. de lectura

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En noviembre de 2013 recibí una solicitud diferente, encabezada por un "sólo tú puedes ayudarnos" ante lo cual me pregunté: ¿qué será tan complejo? La solicitud venía de una amiga, jefa del área comercial de Caja Los Andes, quien a través de una conferencia telefónica me dijo "queremos llevarte a la cárcel de Alto Hospicio".

Tras un momento de silencio, dije: "Es para los presos, ¿verdad? De ser así, voy sí o sí". El equipo se mostró contento y entregó sus agradecimientos. Tras cortar el teléfono pensé en que he dictado algunas charlas para gendarmería, pero nada como esto.

Llegado el día, nos trasladamos a Iquique para luego dirigimos a la cárcel. El ánimo era un poco nervioso, aunque ellos del equipo Los Andes estaba más complicados que yo. Al llegar a la puerta principal de la cárcel, el ambiente se espesó; se sentían muchas emociones, se distinguía angustia, dolor y resignación en las caras de quienes estaban ahí para ver a sus parientes. En ocasiones se armaban discusiones porque no se podían realizar visitas en ese momento. Fueron momentos tensos.

Personal de gendarmería nos recibió e hizo pasar a la primera puerta de control; una sala fría -en medio del desierto- donde solicitaron nuestras cédulas de identidad, registraron nuestros nombres y solicitaron nuestras mochilas, celulares, computadores y pertenencias. Tras ese primer control, pasamos a una segunda sala, donde nos registraron con atención -entendiendo de dónde veníamos- pero de todos modos, fue inevitable sentirse nerviosos y vulnerables.

Una vez finalizados los procesos de revisión nos encaminamos, a través de unos pasillos absolutamente cerrados, hasta llegar a un patio, para luego cruzar un laberinto que nos llevó a uno de los casinos, donde realizaríamos la charla. En ese lugar había alrededor de noventa hombres que, a penas nos vieron, nos recorrieron de arriba abajo con la mirada.

La gente de gendarmería nos comentó que ellos mismos estaban encargados del aseo y de la cocina, que por buena conducta podían optar a esos beneficios, ya que son trabajos pagados.

Los hombres estaban sentados en islas, de bancas para 4 o 5 personas, separados por dos metros entre ellos, distribución que no facilitaba la charla... El representante de Caja Los Andes no pudo presentar la actividad. "Se puede aprender a ser feliz? Buscando una vida con sentido", en la cárcel. Yo no sé si tenía más pelotas, pero avancé y les dije: Amigos, venimos a hablar de la felicidad. Ustedes se pueden extrañar de esta charla pero -y no alcancé a terminar la frase cuando, de una bofetada, recibí una lección sobre los juicios (y no me refiero a los legales).

Un hombre, de unos 65 años, me dijo: Profe, yo soy feliz acá. Tengo una cama, comida, amigos y por qué levantarme todos los días. Tengo mi vida, miro el sol -a través de los barrotes- pero lo puedo ver. Afuera hay quienes no pueden ver todo lo que tienen y son presos de sus miedos. Entonces, ¿quién es más libre o más preso?

Lo miré y caminé hacia él, contradiciendo todas las normas y advertencias que Gendarmería me había dado -uno de los guardias me había dicho al oído "Profe, no se olvide dónde está y quiénes son los que tiene adelante. Son presos, por diferentes delitos"- mientras caminaba en dirección al anciano recordé las palabras del gendarme, pero seguí caminando y abracé al señor que había hablado. Él me respondió el abrazo y vi unas lágrimas aparecer en sus ojos. ¡Qué lección me había entregado aquel hombre!

A partir de ese momento, vivimos una charla entretenida en la que pudimos compartir puntos de vista sobre la vida.

Que sea una charla corta- me habían dicho- es difícil que pongan atención por más de 30 minutos. La actividad duró cerca de 50 minutos.

PERDONAR Y PERDONARSE PARA VIVIR EN PAZ

Al terminar la actividad se me acercaron dos jóvenes y uno me dijo: Profe, ¿le puedo pedir un favor? Dígale al XXXX (otro joven que lo acompañaba) que yo lo quiero a él y que no porque hable con otros, significa que lo quiero engañar". Fue un momento lindo.

Conversamos sobre el autoestima y sobre el amor propio; querernos más allá del otro, querernos por nosotros. Me habría gustado quedarme mucho más tiempo conversando, pero así como ellos se acercaron, legaron más personas.

"¿Qué hacer con familias, parejas, hijos?" La pregunta era repetitiva, querían saber cómo decirle a los suyos que estaban arrepentidos y que querían ser perdonados.

Hubo un hombre, como de mi edad, que dijo: "Yo robé por necesidad. Asalté en realidad, amigo; no tenía monedas y mi hijo menor estaba enfermo". De nuevo me acordé del guardia. ¿Cómo diferenciar si mentían o decían la verdad? ¿Cómo podía dejar mis juicios de lado en un lugar como la cárcel?

"Mi familia no me perdona -continuó el hombre- Me dieron 10 años y me faltan 8 meses para salir. El niño tenía, en ese entonces, 3 años y no lo volví a ver. Sólo ha venido mi vieja a verme. Llevo 6 años trabajando acá, mandando la mitad de mi sueldo para la casa y ahora cuando salga me iré con luquitas y quiero irme a la casa de mis hijos, pero no me aceptan".

Pensé unos segundos y sin darle muchas vueltas le dije que primero se tenía que perdonar él. Y así, sin querer, se convirtió en una pequeña charla; había unos pocos al rededor, que escucharon con atención. El hombre me volvió a mirar y me dijo “cómo me voy a perdonar, si la cagué y bien cagada”. Sí- le respondí- pero ante la ley y ante la sociedad, estás a punto de cumplir tu pena. Para que salgas de aquí –insistí- y camines tranquilo allá afuera, te debes perdonar tú. Perdonarte no es pretender borrar lo hecho, perdonarte, más bien, es mirar lo que pasó. Lo que hiciste lo hiciste porque no viste otra forma en ese momento. La cagaste, sí, pero hoy ¿lo volverías hacer? “No po” –respondió- Por eso el perdón es un acto liberador, te prepara para quererte, amarte y respetarte. Él sólo me miró, sonrió y luego agachó su cabeza.

En el grupo había otro hombre, más divertido, que le ponía chispeza al evento. Me dijo: “Profe, esta es la casa del jabonero”. Obvio-pensé yo- por el jabón y las duchas (mucha tele) pero nuevamente los juicios me estaban nublando. Lo miré riendo, todos rieron y me explicaron que no se trata de las duchas, se trata del jabonero porque “cualquiera puede resbalar y caer acá”.

El tiempo pasó rápido y ya era hora de retirarnos. Entre aplausos y abrazos, abandonamos el lugar… Cuando nos entregaron nuestras cédulas de identidad pensé en lo increíble que ese pedazo de plástico me hacía sentir. Era como volver a vestirme, con una parte de mi identidad.

Ya en el avión, de vuelta a Santiago, pensaba: quien no perdona, ni se perdona a sí mismo, vive en resentimiento, en resignación y esa no es vida. Es difícil comprender esto del perdonar, pero si vivo en el pasado, en el rencor, en el odio, no podré crecer en plenitud. No se trata de olvidar, de hacer la vista gorda o de inconsciencia, se trata de honrar momentos, personas o emociones que han cruzado nuestras vidas; soltarlas y poder seguir.

Los invito a mirarse, a examinarse, y si ven algo que los perturba, déjenlo ir: suéltenlo. Hagan el ejercicio: perdónense y perdonen para seguir caminando en paz.

CHGrbic

 
 
 

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